Es indudable que el cuerpo sexuado del hombre puede ser considerado como un signo lingüístico, que encierra un amplio campo de significados antropológicos y teológicos. Pero, a diferencia de los signos del lenguaje humano, cuyos significados son codificados de manera convencional por el hombre, el cuerpo sexuado es dotado de un campo semántico objetivo, de carácter radical y originario, que remite al misterio de la creación y que encuentra su origen en la voluntad creadora de Dios. Al hombre corresponde la tarea de la hermenéutica de su propio misterio, sabiendo leer el lenguaje del cuerpo a la luz de la verdad sobre el amor que encierra la estructura de su masculinidad y feminidad.