Archivos para 9 abril, 2023

La expectación nocturna de la resurrección. Domingo de resurrección

Las rúbricas litúrgicas llaman a la Vigilia pascual la “expectación nocturna de la resurrección”. Así es, en realidad, toda nuestra vida: una gran expectación, una búsqueda oscura, un caminar a tientas entre sombras de dolores y espejismos de alegrías, que preludia y dispone para la gran celebración del alba, allá, cuando lleguemos a la gran Vigilia y a la permanente pascua del cielo. La gloria que resplandece en el ser de Dios no es algo inalcanzable o irreal, y aunque se nos reserve en plenitud sólo para el cielo, la llevas ya en tu alma por la gracia.

Dios no puede crear oscuridades, porque la oscuridad es la negación de Dios. Su palabra es luz y, por eso, en el principio del tiempo crea todas las cosas en la luz, no en la oscuridad. Pero tu y yo tenemos que aprender a vivir en el claroscuro de la oscuridad y de la luz, de nuestro pecado y de la gracia, esperando esa definitiva y plena resurrección que veremos en la segunda venida de Cristo, cuando vuelva revestido ya no sólo en la carne sino también en la gloria. Allí, al final de estos tiempos, habrá un último alba que anunciará el día definitivo de la resurrección del cosmos y del hombre.

Pero hasta que apunte ese alba y brille la luz de un día definitivo y eterno, hemos de aceptar la precariedad de nuestra gloria, la pequeñez de nuestros tiempos, la sucesión imperceptible de tantas noches y oscuridades que dejan siempre en el alma gran añoranza de eternidad. Qué tenue se hace la tiniebla de esta vida y qué transparente la oscuridad de sus noches, cuando se viven con el amor vigilante y despierto que espera la vuelta gloriosa de su Dios.

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De la búsqueda de comodidad, líbrame Jesús

No nos gusta que los demás nos compliquen la vida, que nos cambien nuestros planes, que nos obstaculicen nuestros intereses. Nos cuesta salir de nosotros mismos y estar disponibles para las necesidades de los demás. Y, no porque teóricamente no pensemos que tenemos que preocuparnos de ellos, sino porque nos puede la comodidad y el egoísmo de ir a lo nuestro y a nuestras cosas. También en las cosas de Dios que, al fin y al cabo, nos resultan ajenas y accesorias, nos dejamos llevar por la comodidad de una fe de mínimos, que está más al servicio de los propios intereses que de los planes de Dios. Nos asusta eso de tener que entrar por la puerta angosta y estrecha, y buscamos otras puertas y otros caminos que, aunque no lleven a ninguna parte, nos permitan vivir un Evangelio más a la medida de nuestro egoísmo.

La fe debe madurar y crecer en esas pequeñas renuncias y sacrificios que cuajan nuestro día a día. Porque podemos confundir la comodidad de vida con la ausencia de problemas, sin llegar a descubrir que es, precisamente, en esas dificultades y problemas donde el alma ha de crecer en el amor a Dios y a los demás. La Virgen Madre pronunció su Sí a Dios en el anuncio del ángel y José aceptó los planes misteriosos de Dios sobre su vida, sabiendo que se les iba a complicar la vida de una forma inimaginable. Los apóstoles no renunciaron a seguir al Señor, a pesar de las enormes dificultades y problemas que ello les supuso. Muchos enfermos fueron curados, sabiendo que su encuentro con el Maestro iba a ser una fuente de incomprensiones. Y el mismo Señor, que en Getsemaní quiso llegar hasta el fondo del sufrimiento y de la humillación, eligió continuar hasta la Cruz, en donde queda curado todo nuestro egoísmo instalado y comodón.

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