La única palabra que la Sagrada Escritura nos ha transmitido de labios de este gran santo fue su silencio. San José calló siempre, sobre todo con el alma, porque vivía junto a la Palabra encarnada. Aquello que eternamente conversaron el Padre y el Hijo en el Espíritu se hizo carne ante él en la Palabra concebida en María.
Así como el seno virginal de María se hizo silencio para acoger a la Palabra así también él debía hacerse silencio para escuchar, en la contemplación, la carne creada de la Palabra increada. José aprendió a vivir en el silencio contemplando en la maternidad de María cómo su carne y su sangre acogían en el silencio de un seno virginal aquella divina Palabra. Silencio de José que tanto me hablas de aceptación de los planes de Dios sobre mi vida y del escondimiento necesario para que sólo Dios sea escuchado.
Cuántas palabras inútiles y ociosas, cuántas críticas, quejas, juicios, cuántas palabras vacías, hirientes y cargadas de egoísmo, desparramo sin ton ni son a lo largo del día. Has de apetecer el silencio no para encapsularte en la celda de tu propio egoísmo narcisista sino para escuchar, acoger y adorar esa Palabra eterna que quiere hacerse carne en tu vida. Pídele a san José que te enseñe y eduque en el silencio como él se dejó enseñar y educar en la escuela del silencio de María.
El mundo busca y apetece el ruido, vive con la sordina de su propia palabra vacía porque no quiere oír a Dios. Tú haz silencio en tu alma, como aquel silencio que reinaba en la creación antes de que el hombre entrara en ella y en el que sólo se escuchaba la conversación de los Tres creándolo todo.
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