Magos, estrellas y camellos

Junto a los más rudos y toscos pastores, llegaron también unos magos de oriente para adorar al Niño. Entre los vecinos de la comarca se fueron corriendo los chismes y comentarios sobre aquella caravana de viajeros que, por donde pasaba, iba despertando el interés y la curiosidad de todos. Todo parecía indicar que se trataba de personajes sabios y distinguidos, a juzgar por sus trajes suntuosos y exóticos, aquella lengua desconocida, sus camellos ricamente adornados y cargados con cofres valiosos. Venían contando cosas extrañas sobre las trayectorias de algunos astros y estrellas que anunciaban proféticamente el cumplimiento de un acontecimiento extraordinario precisamente allí, en la ciudad de Belén. Aquellas pobres gentes de Belén, entre la admiración, el asombro y la curiosidad, chismorreaban sobre la novedad de aquellos visitantes que decían, además, haber sido guiados hasta allí por una estrella extraordinaria. Pocos se fijarían en sus magníficos camellos sin los que, quizá, aquellos magos no hubieran llegado hasta el pesebre y no hubieran podido seguir la trayectoria de la estrella.

En el fondo, a todos nos gusta ser estrellas y magos, mejor que camellos. Envidiamos a los que tienen cargos, títulos, protagonismo, atractivos humanos o cualidades de moda, a los que tienen éxito o gozan de la simpatía y reconocimiento de todos, sin aceptar que Dios quiera servirse de mí como uno de esos camellos en los que nadie se fija y sin los que otros no llegarían a ser lo que son y a hacer lo que hacen. Cargar sobre los lomos de tu oración y tu entrega con las preocupaciones, inquietudes, fatigas, dolores, de los demás para conducirlos a Dios, sin que quizá ni ellos mismos sepan apreciarlo, es la labor ruda y pesada del camello.

Deja que otros sean estrellas y magos, si Dios lo quiere así para ellos, y no te compares con ellos, si no quieres terminar juzgándolos injustamente. Acepta que Dios quiera de ti una entrega en lo más rudo, áspero y trabajoso, en lo que nunca tendrá reconocimiento y relumbrón, como los magos se sirvieron de aquellos camellos para hacer el duro viaje hasta Belén. Allí, postrados ante ese Dios del pesebre, nada significaban para un Niño todos sus méritos y cualidades humanas y no pudieron ofrecerle más que un corazón lleno, o vacío, de amor. 

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